LITURGIA DE LA PALABRA


 

Como bien es sabido, la Liturgia de la Palabra, tiene como principales expresiones las lecturas bíblicas (Antiguo y Nuevo Testamento) el Responsorio (Salmo) y como última lectura se hace siempre la proclamación del Evangelio, culmen de la Liturgia de la Palabra. Su lectura corona las restantes lecturas de la celebración eucarística y goza de especial dignidad. El Evangelio no es más Palabra de Dios que el resto de las lecturas, pero en él la Palabra de Dios alcanza su plenitud al ser la revelación última de Dios en Jesucristo. La presencia del Señor, que se da en toda la proclamación de la Palabra, se hace presencia especialmente viva y personal en la proclamación del Evangelio. Por eso la liturgia distingue esta lectura “por encima de las demás lecturas con especiales muestras de honor” y acumula entorno a ella signos expresivos de su singular importancia y de la suma veneración que ha de tributársele (OGMR 35).

 

Comienzan estos signos con la aclamación previa, el Aleluya, y terminan con la aclamación al Evangelio y el beso final al libro de los evangelios.

 

ALGUNAS INDICACIONES SOBRE LA LITURGIA DE LA PALABRA

(Organización General del Misal Romano – OGMS)

Ø  En las lecturas se prepara la mesa de la Palabra de Dios a los fieles y se les abren los tesoros de la Biblia. Por lo cual se debe conservar la disposición de las lecturas bíblicas que esclarecen la unidad de ambos Testamentos y de la historia de la salvación; y no está permitido que las lecturas y el salmo responsorial que contienen la Palabra de Dios, sean cambiados por otros textos no bíblicos.

Ø  En la celebración de la Misa con pueblo, las lecturas se proclamarán siempre desde el ambón.

Ø  La proclamación de las lecturas, según la tradición, no es una función presidencial sino ministerial. Por lo tanto un lector hará las lecturas, pero el Evangelio será anunciado por el diácono o, en su ausencia, por otro sacerdote. Sin embargo, si no hubiera diácono u otro sacerdote, el mismo sacerdote celebrante leerá el Evangelio; y si tampoco hubiera un lector idóneo, el sacerdote celebrante también proferirá las otras lecturas.

Ø  Después de cada lectura, el que la lee dice la aclamación, y el pueblo congregado, con su respuesta, venera la Palabra de Dios recibida con fe y espíritu agradecido.

Ø  La lectura del Evangelio es la cumbre de la liturgia de la Palabra. La Liturgia enseña que se le ha de tributar suma veneración cuando la distingue entre las demás lecturas con especiales muestras de honor, sea por parte del ministro delegado para anunciarlo y por la bendición o la oración con que se dispone a hacerlo, sea por parte de los fieles, que con sus aclamaciones reconocen y confiesan la presencia de Cristo que les habla, y escuchan la lectura de pie, sea por los mismos signos de veneración que se tributan al Evangeliario (Libro litúrgico que contiene los evangelios de cada día del año, "la veneración hacia el evangeliario y la Biblia ha quedado plasmada en la rica decoración de estos libros".

LAS ACLAMACIONES

Las aclamaciones son expresiones de un estado de ánimo. Son como un grito con el que expresamos nuestros sentimientos y experiencias vitales. Las aclamaciones están hechas para impactar, por eso no se pueden leer o decir, sino proclamar. Una aclamación es una expresión de júbilo, un grito, un clamor comunitario. Según la instrucción Musicam Sacram, las aclamaciones son una de las principales formas de participación activa en la Eucaristía: «Por consiguiente, la participación activa de todo el pueblo, expresada por el canto, se promoverá diligentemente de la siguiente manera: Incluya, en primer lugar, las aclamaciones, las respuestas al saludo del celebrante y de los ministros y a las oraciones letánicas, y además las antífonas y los salmos, y también los versículos intercalares o estribillo que se repite, así como los himnos y los cánticos.» (MS 16).

 

Desde el punto de vista musical, podemos decir que las aclamaciones no son propiamente canto. Son fórmulas muy cortas, densas y sonoras pero no son un canto. Por eso es importante que si hay introducciones musicales sean brevísimas para dejar a la asamblea explotar en su aclamación. Si es demasiado larga la introducción la asamblea permanece muda durante mucho tiempo y no resulta espontáneo el grito de júbilo que representa la aclamación.

 

 

 

Hay aclamaciones-júbilo, como el Aleluya, aclamaciones-himno, como el Santo, y aclamaciones-respuesta, como el Amén. La forma musical ha de ser simple, elemental, aunque donde se pueda, para dar mayor sonoridad a la aclamación, sería oportuno cantar a voces en polifonía vertical para que amplifique la expresión sonora de la aclamación. De todas las aclamaciones, la más importante es el Santo, un auténtico himno compuesto de aclamaciones y gritos de alabanza.

 

Las correspondientes a la Liturgia de la Palabra son el Aleluya y la aclamación al Evangelio. El Santo, la aclamación al Memorial y el Gran Amén corresponden a la Liturgia eucarística.



ACLAMACIÓN AL EVANGELIO

Después de la proclamación del Evangelio, el lector dice: “Palabra del Señor” y la asamblea canta: “Gloria a ti, Señor Jesús”. Esta aclamación final tendría que ser también cantada. Aunque no hay una norma explícita, se ha impuesto la costumbre de terminar elevando el libro mostrándolo al pueblo con la invitación a la alabanza “Palabra del Señor”, a lo que puede responderse con el Aleluya o con la aclamación “Gloria a ti, Señor Jesús”.

 

En cualquier caso, la aclamación inicial, el Aleluya, y la aclamación final deberían cantarse. Y mucho mejor todavía si se cantaran, al menos en las solemnidades y fiestas de especial relieve, las otras aclamaciones: “El Señor esté con vosotros”, y el enunciado del evangelio: “Lectura del santo evangelio según…”. Con ello, la proclamación del Evangelio que nunca, o casi nunca será cantada, queda enmarcada en canto.

 



EL CANTICO DEL CREDO

No es habitual, aunque no por ello inapropiado, el cantico del Credo, que es la profesión de Fe de toda la Iglesia. Para ello la rúbrica no establece modalidades musicales, pero si señala que todo el contenido del Credo, debe ser cantado. Si esto no es posible, es preferible recitarlo con la fuerza de proclamación de Fe. Como es una oración de gran contenido, y su musicalidad podría extender demasiado el tiempo de la celebración, de cantarlo, es recomendable que sea en ocasiones muy festivas y especiales, como una fiesta patronal o una solemnidad importante.-

 

ACLAMACION DE LA ORACION DE FIELES

La Oración de los Fieles, tiene carácter de petición y su respuesta debe resonar como una Aclamación, con sonoridad y fuerza musical. Esta indicado que sea cantada. Para ello la respuesta debe ser simple, la melodía no debe tener complicaciones para ser entonada, y no es admisible que solo sea cantada por el coro o el ministerio. Se debe procurar por todos los medios que toda la Asamblea participe de la Aclamación de respuesta. Como es una Aclamación, precisamente, es competencia exclusiva de la Asamblea.-

 

Existen un numero apropiado de fórmulas cantadas, ya tradicionales tales como el “Escucha Señor, la oración de tu pueblo”, “Te rogamos, óyenos”, “Te lo pedimos Señor”, “Escúchanos Señor”, “Escucha Señor, nuestra oración”, etc. Por lo tanto la participación de todo el Pueblo que celebra no puede ni debe omitirse por otros criterios musicales de adorno o lucimiento del coro o ministerio de música. Los fieles piden cosas simples, la respuesta deben ser simple.