EL CANTO DE ENTRADA
El Canto de entrada forma parte de los llamados “Cantos procesionales”, que son aquellos que acompañan una acción, un movimiento. No son cantos rituales, sino que surgen de un gesto ritual al que acompañan. En la Celebración Eucarística hay tres cantos procesionales: el de entrada, el de presentación de los dones y el de comunión.

 

El Canto de entrada nace en Roma en torno a los siglos IV-V cuando, gracias a la paz de Constantino, la Iglesia tiene libertad de culto y empieza a celebrar la eucaristía con mayor solemnidad en amplias y majestuosas basílicas. El canto de entrada solemnizaba la entrada del papa y su cortejo. Una vez revestido, el papa daba una señal al director de la schola. Ésta, situada en dos coros, delante de las gradas del presbiterio, comenzaba el canto del Introito. El papa caminaba con su séquito hacia el altar. Llegado al presbiterio, saludaba con el ósculo de la paz al clero de la basílica y hacía una señal a la schola para que cantara el “Gloria Patri”, durante el cual permanecía postrado en oración. Acabada la antífona, subía al altar y lo besaba. En el siglo VI el Introito se consideraba ya una institución antigua de la Iglesia. En el siglo X, al modificarse el rito de entrada y la construcción de la sacristía no ya al fondo de la iglesia, sino junto al presbiterio, el Introito dejó de ser un canto de entrada, es decir, de acompañamiento del sacerdote al altar, para convertirse en un canto con el que se abre la misa.El Canto de entrada cumple, por tanto, además de la función procesional para la que nació, otra función más habitual hoy en nuestras celebraciones, es decir, ayudar a “entrar” en la celebración. «La finalidad de este canto es abrir la celebración, promover la unión de quienes están congregados e introducir su espíritu en el misterio del tiempo litúrgico o de la festividad, así como acompañar la procesión del sacerdote y los ministros.» (OGMR 47). El Canto de entrada da el tono, tanto por su texto como por su música, a la celebración. Es un canto-obertura con el que la asamblea expresa los sentimientos con que va a celebrar el misterio de la fe. Por tanto, escogerlo, seleccionarlo, ensayarlo y utilizarlo debidamente es “empezar con buen pie” o “indisponer” a la asamblea. Pocas cosas habrá que tengan la capacidad del canto para cohesionar, para unir, para crear sentido de comunidad.  Tiene mucha más fuerza que la sola palabra y puede lograr por sí mismo lo que no lograrían muchas moniciones. Unir las voces ayuda a unir los corazones y cantar juntos hace sentirse juntos. Iniciar la celebración participando en un canto común es algo que obliga a superar, ya desde el comienzo, la pasividad y hace salir de uno mismo para sintonizar con los otros en un mismo ritmo y en un mismo tono.

 

CARACTERÍSTICAS MUSICALES DEL CANTO DE ENTRADA

 

  1. Ha de ser un canto consistente, que tenga la suficiente entidad y duración como para cohesionar a la asamblea sin, por otra parte, llegar a cansarla. Ha de ser un canto lo bastante largo como para que puedan tener los que cantan la sensación de estar haciendo algo juntos.
  2. Ha de ser un canto suficientemente sencillo y conocido para que pueda cantarlo la asamblea sin miedo y con entusiasmo.
  3. Ha de ser un canto que dé el tono y colorido litúrgico del misterio o del tiempo que se celebra, que revele desde el comienzo su contenido.
  4. Su tesitura ha de ser media para que lleguen todas las voces de la asamblea; los extremos harán que unos no lleguen y otros se ahoguen.
  5. La tonalidad del canto ha de ser preferentemente en “modo mayor”.
  6. El ritmo ha de ser fundamentalmente binario dando preferencia a las subdivisiones binarias para que ayuden a expresar el sentido de la marcha y de la procesión.
  7. La melodía ha de ser a una voz para el pueblo. Si hay coral, ésta puede embellecer el canto del pueblo con las voces, pero nunca tapándola o sustituyéndola.                                                                                                                                       FORMAS DE REALIZAR EL CANTO DE ENTRADA
    1. La forma más corriente es la alternancia estribillo-estrofa. El pueblo canta el estribillo y el coro o solista las estrofas.
    2. Otra forma es la hímnica. Toda la asamblea canta el canto completo o bien alterna entre ella a dos coros.
    3. Cabría también la forma tetánica con aclamaciones a Cristo e invocaciones a la Virgen y a los santos. Las letanías de los santos podrían ser un canto de entrada adecuado en cuaresma, por ejemplo.
    4. El órgano u otros instrumentos podrían suplir alguna vez el Canto de entrada mientras dura la procesión del sacerdote al altar.
    5. Se puede hacer también en silencio, como el viernes Santo, aunque no es lo deseable, salvo en ese día que tiene un significado preciso.

 

 CRITERIOS PARA SELECCIONAR EL CANTO DE ENTRADA

  1. Hay que tener en cuenta el Tiempo litúrgico que celebramos para poder dar el tono adecuado a la celebración.
  2. Ha de ser un canto procesional por lo que hay que evitar los cantos de contenido más meditativo o devocionales.
  3. El Canto de entrada no es para ser escuchado o meditado sino para ser cantado por toda la asamblea.
  4. El texto ha de reflejar la alegría de reunirse, de celebrar, de festejar el Día del Señor, invitándonos a la unión, a sentirnos comunidad.
  5. Música y texto han de compenetrarse mutuamente. No podemos cantar un texto triste con una música alegre.                                                    Un último criterio —quizá más una sugerencia—, nos viene de la mano de las ciencias humanas, especialmente de la psicología y de las técnicas de comunicación. Es importantísimo tener en cuenta que puesto que la liturgia es también un texto narrativo que exige una adecuada puesta en escena, comenzar bien o mal la celebración va a condicionar nuestra implicación en el resto de la celebración. Si los primeros compases o los primeros fotogramas no atrapan nuestros sentidos y nuestras emociones, difícilmente podremos introducirnos con “alma y cuerpo” en el corazón de la narración, en nuestro caso en el acontecimiento salvífico que celebramos en la Eucaristía. Los guionistas de cine y televisión lo saben muy bien: los dos momentos decisivos de una película son el comienzo y el final. De ellos depende en buena medida que lo que de verdad nos quiere contar el narrador o creador de la historia nos involucre más o menos en el conjunto de la narración. Con frecuencia oímos decir: “no me ha gustado el final” o “el principio es excesivamente lento, tarda mucho en comenzar la acción, es aburrido…”.  Ahí no está la entraña de la película, pero un buen narrador siempre lo tendrá en cuenta para que el contenido de su historia llegue adecuadamente al espectador. Interactuar con los tiempos y los ritmos narrativos es un arte, pero también se aprende. En relación con la liturgia hay una diferencia importante y es que en ésta no hay espectadores, todos somos actores, pero también nos tenemos que someter a las leyes de la psicología y de la comunicación. ¿O es que somos ángeles?